Una habitación fuera del mundo. Desde allí, un personaje se lame las heridas creadas por la ausencia del primer amor a la vez que se enfrenta al tiempo y la distancia, a sus recuerdos a medias y a su propia voluntad frustrada por culpa de eso a lo que él llama "destino".
Notas.
Luz frágil nos coloca frente al eterno duelo entre lo que somos, lo que queremos ser y lo que no estamos dispuestos a reconocer como parte de nosotros. Y es que tal vez el amor aún pueda iluminar nuestros caminos, pero toda luz produce sombras con las que debemos aprender a convivir.
Nací en Arévalo, un pequeño pueblo que a la vez es la ciudad más grande de Ávila. Este siempre suele ser el primer dato que doy, no por una cuestión de estructura biográfica, sino de identidad. A los quince años escribí un relato corto abrumado por la melancolía propia de la adolescencia. Me pareció que aquello me hacía sentir algo mejor, y un año después estaba escribiendo una novela. Sin duda esto resume el funcionamiento del motor de mi escritura. Cuando terminé bachillerato le pregunté a mi profesora de Literatura que qué debía estudiar para ser escritor, y ella me recomendó que Filología Hispánica. A ciegas me trasladé a Salamanca y allí cursé dos años de los que no recuerdo casi nada. Justo después volví a cambiar de residencia, esta vez a Madrid. Aquí me diplomé en Guión de Cine y Televisión y me gradué en Dramaturgia. A base de ensayo y error, y de alguna que otra infidelidad, descubrí mi verdadera vocación teatral. Estrené obras, publiqué libros e incluso gané algún premio. Fruto del trabajo, quiero pensar. Y, cómo no, del entusiasmo que ha sobrevivido a ese adolescente que pasó del relato a la novela y de la novela al teatro sin tener ni idea de lo que era cada cosa.
Escritura.
Escribo porque ser escritor mola. Para ser famoso en mi pueblo, y porque en un futuro quiero trabajar desde mi enorme casa con vistas al mar, sin horarios ni madrugones. Escribo porque esto es a lo único que puedo permitirme aspirar. Escribo teatro porque me resulta siniestro que mis paranoias sean representadas por unos actores. Escribo como el náufrago escribe mensajes en una botella. Escribo, también, para contar todas esas historias que ni me han sucedido ni me van a suceder. En este caso, me pregunto por qué no escribirá todo el mundo. Escribo porque es la única forma en la que termino lo que empiezo. Escribo porque la vida me gusta poco o, al menos, no lo suficiente. Nunca escribo para evadirme. Escribo porque no encuentro mi lugar en el mundo. Escribo para descubrir por qué se ha instalado definitivamente dentro de mí cierta melancolía. Escribo porque a veces sospecho que un día mis textos serán mi única familia. Escribo para llorar las pocas lágrimas que me trago. Las fundamentales. Escribo porque a veces no me sale la voz, y porque sé que hay gente a la que tampoco. Escribo. Siempre en presente.